Aunque quienes insisten en fomentar corrientes negacionistas se han esforzado
por borrar de nuestra línea de tiempo —o peor aún, justificar— las sistemáticas vio-
laciones a los Derechos Humanos (DDHH) que tuvieron lugar durante la dictadura,
nosotras tuvimos el privilegio de crecer escuchando la verdad. Crecimos escuchando
sobre personas exiliadas, torturadas, asesinadas y hechas desaparecer. Todas
historias que hoy parecen muy ajenas a nuestra realidad actual, circunscritas sólo
a la dictadura, aisladas de nuestra cotidianidad gracias al paso del tiempo. Como
si haber nacido en democracia hubiese vuelto la dictadura ajena a nuestra historia,
pese a lo reciente que es y a la vigencia de las políticas que heredamos de ella, que
hasta hoy inciden de forma directa en nuestras vidas. De alguna forma, —y aunque
duela reconocerlo— los esfuerzos por encapsular la dictadura en sí misma, por vol-
verla parte de un pasado que comenzó con el golpe militar de 1973 y terminó con
el plebiscito en 1988, han dado frutos.